LDS en Español

SOMOS HOY LLAMADOS AL SERVICIO, A DAR TESTIMONIO DE JESÚS. VAMOS A UN MUNDO DE TINIEBLAS PARA PROCLAMAR LA LUZ... DIOS NOS DA PODER; LUCHEMOS EN LA CAUSA CELESTIAL.

martes, 10 de enero de 2017

Crónicas Misionales

LAS MARCAS DE UN HOMBRE

Mientras subía a mi vuelo, me detuve por un momento para observar una situación. Más adelante en el avión estaba un hombre joven muy entusiasmado que tenía unos 19 años de edad. Se encontraba sentado con sus padres.

Tenía el cabello corto y su ropa nueva, su traje le quedaba perfecto y sus zapatos aún retenían el brillo de recién comprados. Su cuerpo tenía buena forma, su rostro era claro y sus manos limpias. En sus ojos yo vi una mirada nerviosa y sus movimientos eran los de un actor en una noche de estreno. 

Obviamente él viajaba para ser un Misionero...

Me sonreí cuando pasé por donde se encontraba sentado y sentí dicha en mi alma por pertenecer a la misma Iglesia a la cual estos jóvenes sirven al Salvador Jesucristo por 2 años de su vida.

Con este sentimiento especial continué más atrás donde estaba mi asiento. Mientras me sentaba miré a mi derecha y de sorpresa vi a  otro Misionero durmiendo en su asiento. Su cabello también estaba muy corto, sin embargo eso fue lo único que tenían en común. Este Misionero obviamente volvía a casa y yo con un vistazo pude ver que tipo de Misionero había sido.

El hecho de que ya estaba dormido me dijo mucho. Su cuerpo entero parecía hacer un gran suspiro, se veía como si fuera la primera vez en 2 años que había dormido, yo no me sorprendería si así fuera.

Cuando observe su rostro tenía sus ojos cansados, sus labios secos, y su cara estaba quemada por estar tanto tiempo bajo el fuerte sol. Su traje estaba desgastado y roto. La costura se deshacía y noté que había algunos rasgones que habían sido cosidos a mano en una manera muy descuidada. Su placa, encorvada y rayada y llevando el nombre de la Iglesia que representaba, y el grabado estaba casi borrado por completo, las rodillas de su pantalón, gastadas y blancas, era el resultado de tantas horas de humilde oración.


Sus libros eran las Escrituras, La Palabra de Dios. Una vez nuevos, estos libros que testifican de Jesucristo y su Misión, ahora estaban gastados, doblados, y andrajosos de tanto uso. Sus pies, los dos que lo habían llevado de hogar en hogar, ahora estaban hinchados y cansados, un par de zapatos cubrían sus pies y muchos de los raspones habían sido llenados por ser tantas veces lustrados.

Sus manos...

Las manos grandes y fuertes, que se usaba para bendecir y enseñar, ahora tenían cicatrices y cortes de haber golpeado tantas puertas. Por cierto estas eran LAS MARCAS DE ESTE HOMBRE.

Y mientras le observaba, vi las marcas de otro hombre, El Salvador cuando colgaba de la cruz por los pecados de la humanidad. Sus pies, los que en un tiempo le llevaban por la tierra durante su ministerio, ahora estaban clavados a esa cruz.

Su costado, ahora perforado con una lanza. Sellando su evangelio, su testimonio con su vida.

Sus manos...

Las manos que usaba para ordenar a sus siervos y bendecir a los enfermos y afligidos, también tenían cicatrices de los clavos que fueron martillados para colgarlo a la cruz.

Que habría sucedido si Jesucristo hubiera dejado de trabajar los últimos días de su ministerio?

Estas eran las Marcas de Aquel GRAN HOMBRE.

A medida que mi mente volvía al Misionero, mi cuerpo entero parecía hincharse de dicha y gozo por que yo sabía, por mirarle que había servido muy bien a su maestro. Mi gozo fue tan inmenso que tenía deseos de correr al lugar donde se encontraba el Joven Misionero, de tomarlo de la mano y llevarlo a ver lo que él podría llegar a ser y hacer.

Sin embargo ¿Podría él ver las cosas que yo vi? O vería solamente la apariencia exterior del Gran Elder, cansado, gastado, CASI MUERTO.

Cuando aterrizamos extendí mi mano y desperté al Misionero. Cuando se despertaba parecía como si su nueva vida entera volvía a su cuerpo, se paró alto y henchido. Cuando me miró, yo vi la luz de su rostro que no había visto antes. Le miré a sus ojos. Nunca olvidaré sus ojos. Eran los ojos de un Profeta, un Líder, un Seguidor y un Siervo. Eran los ojos del Salvador. Ni una palabra se habló, palabras no hacían falta.

Cuando nos bajamos del avión, me detuve y le hice pasar primero, yo miraba mientras el caminaba, despacio pero firme, cansado pero fuerte. Le seguí y me encontré caminando como el caminaba.

Cuando pasé por la puerta, vi a ese hombre joven en los brazos de sus padres y yo no podía contenerme, con lagrimas cayendo de mis ojos, miraba a estos padres cariñosos recibir a su hijo quien había estado lejos por un tiempo corto. me preguntaba si nuestros padres en los cielos nos recibirían de la misma manera. Se que así será, solamente espero que pueda ser digno para recibir las bendiciones, que sé que este Misionero recibirá.

Oré en silencio agradeciéndole al Señor por los misioneros como este joven. Nunca voy a olvidar el gozo y la felicidad que él me brindó este día.

Vino una lagrima a mis ojos mientras observaba las cosas que realmente me decían que clase de misionero había sido:

"Vi Las Marcas que hicieron Hombre a ese Niño".


                                                                      Crónicas Misionales

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Área Sudamérica Sur